miércoles, 20 de agosto de 2008

Un camino interesante

¿Adónde nacen estos desvaríos? ¿Qué ingredientes les dan vida? Merodean en círculos a mí alrededor. Echan zarpazos impredecibles que me dejan al borde de lo que no debo sentir.

Diez días en silencio y soledad pueden ser una batalla campal conmigo mismo. No en contra mío, sino conmigo. Es diferente. El sudor desde esta trinchera es diferente, la respiración se agita y se calma de otra manera, la mente es un despilfarro de creatividad a destiempo, creatividad que quizás nunca sea aprovechada, creatividad que solo pertenece a esos momentos que ya no son y que no guardan registro de su creación. Llega la fantasía, la locura, se hace vívida y se va. Ya se fue. Solo queda la decisión de buscar la paciencia o clavarse un puntazo más de frustración.

Durante los primeros cinco días la paciencia es una opción accesible, hasta divertida. Fijo mi atención en la respiración, en el ingreso y salida del aire por mi nariz, las sensaciones que esto genera en las paredes internas de la nariz, los bordes de las fosas nasales, en el bigote, que ya para el quinto día parece moverse como las algas que dormitan al ritmo de tranquilas corrientes marinas. Pasan las horas. La mente se afila, se hace, paso a paso, más precisa y sensible. Repentinamente, se vuela como un puñado de cenizas que busca la nostalgia o el sueño para anclar su descanso. Trato de mantenerme ecuánime frente a estos escapes, sonrío muy sutilmente, de manera casi imperceptible a la vista pero que es un alivio muy tangible a mi rostro que de otra manera se mantiene perfectamente quieto por largo tiempo. Y vuelta a empezar. La respiración, tal como es, débil o fuerte, profunda o superficial, como sea que es. Segundo a segundo, segundo a segundo…y ¡Zas! La mente de paseo nuevamente. ¡Paciencia, no me dejes ahora, labios míos, estírense una vez más para volver a empezar”.

Día siete. ¿De dónde vienen estos desvaríos? Quiero que mi mente sea una flecha elegante, precisa, afilada, en vez de este corcho volador despeinado. Vuelan mis pensamientos luego de la segunda exhalación. Me hablan galletitas, un enano me ofrece chocolates, observo conversaciones entre enfermero y paciente, un hocico de perro que al ladrar se trasforma en mi profesor. Por dios, que me pasa, vuelvo a la respiración que me salva por algunos segundos pero inmediatamente ¡fuera de aquí! Como lanzado al espacio exterior por una ballesta histérica. Jonrón con mi cabeza.

Luego de días de transitar un camino solitario, rocoso y empinado, luego de descubrir con alegría las mejoras, los acercamientos, las profundidades, la conexión de cuerpo y mente, la compasión, luego de todos estos méritos, premios, hallazgos, luego de todo esto, resbalo torpemente por un precipicio endemoniado. La opción de la paciencia me da la espalda, la frustración comienza a dar sus puntazos y me duelen.

Día ocho por la tarde. Santo alivio. -Volcanes durmientes- me dice en voz baja. -Muy normal, la mente aún se resiste y usa todo su arsenal para prevenir que la calmes y domines, el Ego no se rinde fácilmente-. Lejos estoy de “fácil”, quisiera decirle. En estos días de silencio donde no intercambio ni siquiera miradas con mis compañeros de viaje, unas pocas palabras de nuestro guía y la batalla toma otro color, vuelvo a entender el “conmigo” y no el “en contra mío”. Tomo fuerzas y el aire vuelve tranquilo.

Día nueve. La veda sigue en pié pero tiene sus horas contadas. El silencio ya tiene sentencia de muerte. El aire es limpio en estas montañas, el sol brilla por sobre los pinos por donde pasean ardillas y aves. Esta aventura llega a su final feliz, una victoria que no deja víctimas mortales, sólo algunas heridas que sanan ya y robustecen el ánimo.

Diez días de meditación en silencio han sido una experiencia sin igual, sin explicaciones ni intelectualizaciones posibles, sólo una experiencia única que ya es parte de mí y yo parte de ella.

Por si a alaguien le interesa saber más sobre esto y ver en que consiste un día típico:

http://www.spanish.dhamma.org/code.htm